Este es un espacio dirigido a los estudiantes del Liceo Pedro Leandro Ipuche y Escuela Agraria de Santa Clara de Olimar, con recursos tanto para su uso en clase, como de apoyo a las tareas en casa...

sábado, 17 de noviembre de 2012


La sociedad del 900 

 A partir de 1860 aproximadamente, las costumbres de nuestra sociedad comienzan a cambiar, 
debido a varias razones. Por un lado, el avance de la educación de masas y por lo tanto, 
el retroceso del analfabetismo. Por otro, la urbanización de la sociedad que provoca un 
cambio de mentalidad en todos los sectores. A su vez la europeización de las costumbres
genera la adopción de una mentalidad diferente, a decir del historiador Barrán, 
la “sensibilización” de las costumbres “bárbaras”.

 

El nuevo rol femenino

En el Uruguay comienza a primar desde fin de siglo un nuevo modelo demográfico, o sea, 
las familias comienzan a tener menos hijos y a tratar de controlar la natalidad
Esto es producto de una situación económica seria que está atravesando el país.
La disminución de la natalidad y el retardo en la celebración de los matrimonios, 
eran una consecuencia del encarecimiento de la vida. Fue la ciudad quien primero
 vio sus dificultades y aceptó el nuevo modelo demográfico. Al carácter urbano
 sumaba su rasgo portuario, lo que facilitaba el contacto con el exterior. Los inmigrantes 
tuvieron mucho que ver en este cambio de mentalidad. Quienes llegaban eran los que se 
habían atrevido a cortar los lazos con Europa, buscando el ascenso social. El número 
elevado de hijos podía trabar dicho ascenso.
            La represión de la sexualidad 
femeninaera una de las condiciones para 
que triunfara el control de la natalidad 
con métodos espontáneos. Una de las
 formas era retrasar la edad matrimonial, 
lo que causó una represión sobre 
la mujer, pero liberalizó al hombre. 
Se acentuó así el culto a la virginidad
 que reemplazó al anterior de la fecundidad. 
Los noviazgos se eternizaban; 
el joven debía esperar a tener 
una “posición”; ella iba haciéndose 
el “ajuar” puntada a puntada. 
El “dragoneo” comenzaba en la calle o a 
la salida de misa, luego la conversación en 
el balcón o el zaguán, después, el interminable “servicio de sala”. Nunca solos “la lámpara encendida,
 con la madre tejiendo o cosiendo frente a ellos y oyendo, aburrida, tontos monosílabos y sin que
 nunca las manos de los enamorados se tocaran, estarían hasta las 11, hora en el que el padre 
cerraría el diario demostrando que era el momento de retirarse”.
            El puritanismo se enseñoreó de la sociedad uruguaya, sobre todo del medio urbano y de sus clases medias y alta. Este modelo demográfico impuso nuevas conductas. La separación de sexos era estricta. Comenta una “dama” del 900, Josefina Lerena Acevedo de Blixen: “Yo era todavía una colegial, pero debía acompañar a una tía ya que ninguna mujer soltera debía salir sola a esas horas... Las señoritas paseaban en grupos...”. En las playas también se solían separar los sexos.“Empezó por aceptárselas [a las playas] como para prevenirse de las enfermedades del invierno, cuidando que el sol no afiebrara las cabezas y no diera a los cuerpos la horrible pátina del bronce. Así, la gente trataba de ir temprano, 
como máximo a las 8 y hasta en los días nublados abría las sombrillas. Prudentemente 
los médicos sostenían que el baño de mar debilitaba, y que no debía durar más de 5 minutos...”. 
 Los rigurosos trajes de baño femeninos, a usarse en zonas de baño separadas para mujeres y hombres,
 hacían que estas mujeres parecieran sin cuerpos y sin caras. Cuando el tranvía pasaba de una 
zona de baño a otra y por lo tanto, por encima del baño de los hombres, las madres decían 
a sus hijas que no miraran hacia el lado del mar. Y las niñas, obedientes, bajaban los ojos.
            Para la mujer de 
la época, quedaban 
dos caminos a seguir: buscar la 
independencia económica 
o el matrimonio. El problema ahora 
era la soltería femenina. 
El hombre trabajaba, 
la mujer de clase media y 
alta no. Comienza, lo que se dio
a llamar, la “carrera 
matrimonial”. Comenta 
Domingo Arena: “en cada casa 
donde hay una muchacha 
casadera, se espera 
ansiosamente al marido y 
se recibe por regla general al 
primero que llega, por el justo 
temor de que no aparezca otro.” Los padres a veces presentaban todas sus hijas casaderas 
a ricos pretendientes herederos de campos para que éstos eligieran con cuál deseaban iniciar el noviazgo.
“¡Qué es lo que no aspiran los padres para sus varones! Esa aspiración consiste verlos formados, 
dueños de una carrera o de un negocio en marcha, capaces de bastarse a sí mismos; en 
cuanto a las mujeres, aquella aspiración equivale a verla casada. (...) [La mujer]ha sido atendida, 
criada y conservada, al sólo efecto de ser entregada a un marido que va a sustituir al padre en la 
tutela, en el cuidado y en la dirección de su vida de mujer” 
            Otro de los caminos que quedaba a la mujer era el mercado laboral. No fue casual que
en el mismo momento histórico en que el modelo demográfico limitaba el papel de madre de la mujer, 
se forjaran para ella alternativas laborales. También influyeron otros factores: el deseo de liberación 
femenina, el apoyo de los radicales (anarquistas, socialistas, batllistas) y la avidez del naciente 
capitalismo industrial por una mano de obra abundantísima y muy barata.
            Las pioneras fueron las obreras de las fábricas de Montevideo y los saladeros del litoral. 
Estas mujeres fueron usadas como un gran ejército de reserva; se les pagaba menos salario y por lo tanto se podía emplear a un mayor número originando pocos gastos extras.
            La liberalización de la mujer comenzó también en el plano ideológico, surgiendo 
el movimiento feminista, que más que un movimiento político, fue una actitud de vida que 
escandalizó a la clase alta y culta montevideana.



Las clases sociales


Clases conservadoras


            Era la clase que controlaba los sectores clave de la economía nacional: ganadería, comercio, 
industria y crédito. Se organizaron en fuertes gremios: Federación Rural, Asociación Rural, 
Cámara de Comercio, Cámara de Industria y Cámara Mercantil de Productos del País.
            El sector rural de la clase alta estaba constituido por unas 1.300 familias que poseían el 40% del suelo.
            El sector mercantil estaba integrado también por banqueros y prestamistas privados, 
grandes importadores, ricos barraqueros, inversores en tierras en el interior y propietarios de cientos de 
casas en Montevideo. Habían basado su poder financiero en el siglo XIX en el negocio de la deuda pública 
y en el comercio de tránsito. En el siglo XX, su situación iba a cambiar, cuando el Estado coloque la 
deuda en el extranjero y se inaugure el puerto de Buenos Aires.
            Entre los grandes industriales, dominaban los inmigrantes de origen italiano, español y francés. 
Existía también un grupo importante de capitales nacionales que invirtieron en la industria alimenticia.
El gran capital extranjero (inglés y norteamericano) monopolizaba los 
servicios públicos (agua, transporte, gas, comunicaciones) y el frigorífico.

Clases populares

            Eran la mayoría del país, tanto en el medio rural como en el urbano; sin embargo, 
eso no significaba que fueran fuertes en esta época.

            Las clases rurales habían protagonizado las revoluciones de Saravia, con poca conciencia 
de sus intereses, sin llegar a poner en peligro real al gobierno de turno. Dispersas en la estancia o marginadas 
del trabajo, eligieron la emigración a los países vecinos y a Montevideo, o la permanencia en el 
pueblo de ratas. Significaban para el partido en el gobierno y las clases conservadoras, una
preocupación pero no un verdadero temor. Lo que las neutralizaba y mantenía en la quietud era su dispersión,
 el conservadorismo y que en gran parte eran pequeños propietarios. Todo lo que la miseria convertía
 en explosivo en la campaña, lo anulaba la dispersión de los trabajadores, la emigración y el analfabetismo.

            Las clases urbanas se concentraban principalmente en Montevideo. La ocupación principal 
era la industria, la construcción, el transporte y los gráficos. Totalmente diferente a la vida en el campo, 
la ciudad agrupó a los obreros que compartían su vida miserable en los conventillos. Estos actuaron como 
la gran fuerza que ambientó la combatividad en los obreros; alquiler alto y salario bajo generaron una 
oposición frontal al grupo poseedor (tanto propietarios como patrones). También influyó la gran 
cantidad de inmigrantes europeos que venían con la experiencia de su país de origen y su
 ideología anarquista. Fueron ellos quienes hicieron los primeros intentos de agremiar y 
sindicalizar a los trabajadores. Los primeros gremios de obreros de importancia combativa, estaban 
guiados por anarquistas.
              Pero lo que más movilizaba a los obreros eran las condiciones de trabajo que padecían. 
Trabajaban entre 11 y 12 horas diarias por salarios bajísimos, sometidos a cualquier cantidad de 
penalizaciones que reducían aun más el salario. Niños y mujeres trabajaban por igual y en las mismas 
condiciones que sus compañeros hombres, pero cobrando menor salario.


Vivienda obrera: el conventillo (2)

        "Un cuarto de esas casas ómnibus", que abrigan al mendigo como al humilde industrial, tiene generalmente una puerta sobre el patio y una ventana a lo más; es una pieza cuadrada de cuatro metros por costado y tiene el siguiente destino: es el dormitorio del marido, de la mujer y de los hijos, que son por lo menos 5 o 6, generalmente sucios; es el comedor, la cocina y la despensa; el patio donde juegan los niños, el sitio donde se depositan los excrementos, a lo menos provisoriamente, el depósito de basuras, la sala de la ropa sucia y limpia, si la hay; la vivienda del perro y del gato, en una palabra, un sitio en donde 5 o 6 personas respiran de una manera contraria a todas las prescripciones higiénicas, a todas las leyes del sentido común y del buen gusto 
y a todas las exigencias del organismo". (Octavio Morató, Problemas sociales en el Uruguay).


        "Las cincuenta personas 
que viven en el conventillo
 de Galicia1117, son condenados 
a la mugre perpetua. 
Piezas insalubres, sin luz, 
escasez de agua, ratas y un 
ambiente impregnado de fétidos 
olores. Su dueño, 
Juan B. Introzzi, 
percibe mensualmente 
unos 200 pesos 
por concepto de alquileres. 
El Sr. Introzzi, 
propietario del conventillo, 
es dueño de casi toda la manzana, 
fuerte comerciante de plaza,
 establecido en Rondeau y Galicia 
y está construyendo un 
regio palacete junto al conventillo. En el conventillo hay dos waters, dos canillas de agua y 
una cocina de 0,70 por 0,50. Tiene 20 piezas y el alquiler oscila entre $7 y $10". (Diario Justicia, 1929)



(1) Tomado de José P. Barrán y Benjamín Nahum, “Batlle, los estancieros y el Imperio Británico”, 
Tomo I: “El Uruguay del  900”.
 (2) Tomado de Trochón y Vidal, "Bases documentales para la Historia del Uruguay contemporáneo

 (1903-1933)".

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