Este es un espacio dirigido a los estudiantes del Liceo Pedro Leandro Ipuche y Escuela Agraria de Santa Clara de Olimar, con recursos tanto para su uso en clase, como de apoyo a las tareas en casa...

martes, 26 de septiembre de 2023

Crecimiento basado en la exportación - importación (1880- 1930) Skidmore - Smith

 

(…) a finales del siglo xix la industrialización europea empezó a ocasionar una fuerte demanda de productos alimenticios y materias primas. Los trabajadores ingleses y europeos, que ahora vivían en las ciudades y trabajaban en fábricas, necesitaban comprar los alimentos que ya no cultivaban, y los dirigentes de la industria, ávidos por extender su producción y operaciones, buscaban materia prima, en particular minerales. Ambos incentivos llevaron a los gobiernos e inversores europeos a buscar fuera, en África, Asia y, por supuesto, América Latina.

Como resultado, los principales países latinoamericanos pasaron por una sorprendente transformación a finales del siglo xix, especialmente desde 1880. Argentina, con sus vastas y fértiles pampas, se convirtió en un importante productor de bienes agrícolas y ganaderos: lana, trigo y sobre todo carne. Chile resucitó la producción de cobre, industria que había caído en decadencia tras los años de la independencia. Brasil se hizo famoso por su producción de café. Cuba cultivó café, además de azúcar y tabaco. México empezó a exportar una serie de materias primas, desde el henequén (fibra utilizada para hacer cuerda) y el azúcar, hasta minerales industriales, en particular cobre y zinc. Centroamérica exportó café y plátanos, mientras que de Perú salieron azúcar y plata.

El desarrollo de estas exportaciones fue acompañado de la importación de productos manufacturados, casi siempre de Europa. América Latina compraba textiles, maquinaria, bienes de lujo y otros artículos acabados en una cantidad relativamente grande, con lo que se dio un intercambio, aunque los precios de las exportaciones latinoamericanas eran mucho más inestables que los de las europeas.

De este modo, a finales del siglo xix, se había establecido una forma de crecimiento económico basado en la «exportación-importación» que estimuló el desarrollo de los sectores de materias primas de las economías latinoamericanas. El impulso y el capital provinieron en su mayoría del exterior. Con la adopción de esta alternativa, América Latina tomó un camino comercial de crecimiento económico «dependiente» de las decisiones y la prosperidad de otras partes del mundo.

Dentro de América Latina, el rápido crecimiento de las economías de exportación llevó a transformaciones sociales sutiles pero importantes. La primera de todas y la más valiosa fue la modernización de la elite de clase alta. Debido a estos nuevos incentivos económicos, los latifundistas y propietarios dejaron de contentarse con realizar operaciones de subsistencia en sus haciendas; en su lugar, buscaron oportunidades y maximizaron los beneficios, lo cual condujo al surgimiento de un espíritu empresarial que marcó un cambio significativo en la apariencia y conducta de los grupos de elite. Los ganaderos de Argentina, los cultivadores de cale de Brasil, los plantadores de azúcar de Cuba y México, todos buscaban eficiencia y éxito comercial.

Surgieron nuevos grupos profesionales o de «servicios» para desempeñar funciones económicas adicionales. Particularmente importante fue el crecimiento y cambio habido en el sector comercial. Los comerciantes cumplieron una función esencial en esta transformación, al igual que en la etapa colonial, pero ahora muchos eran extranjeros y vincularon las economías latinoamericanas con los mercados ultramarinos, en particular con Europa. 

La consolidación del modelo de crecimiento por importación-exportación impulsó dos cambios fundamentales en la estructura social. Uno fue la aparición y el aumento de los estratos sociales medios. Por la ocupación desempeñada, a ellos pertenecían profesionales, comerciantes, tenderos y empresarios pequeños que se beneficiaban de la economía de exportación-importación, pero que no se encontraban entre los estratos superiores en cuanto a propiedades o liderazgo. Los portavoces del sector medio solían hallarse en las ciudades, tenían una educación bastante buena y buscaban un lugar reconocido en su sociedad.

El segundo cambio importante tuvo que ver con la clase trabajadora. Para sustentar la expansión de las economías de exportación, las elites trataron de importar fuerza de trabajo externa (como señaló una vez el argentino Juan Bautista Alberdi, «gobernar es poblar»). Como resultado, en la década de 1880, Argentina comenzó una política dinámica para alentar la inmigración desde Europa: la marea de llegadas durante las tres décadas siguientes fue tan grande que, incluso descontando los retornos, ha sido denominada por uno de los historiadores del país la «era aluvial». Brasil también reclutó inmigrantes, principalmente para trabajar en los cafetales de Sao Paulo. Los recibidos por Perú y Chile fueron numerosos, pero muchos menos en términos absolutos y relativos que los de Argentina.  México presenta una excepción interesante a este modelo. Fue el único entre los países mayores que no buscó una inmigración externa considerable. Hay una razón obvia para ello: el país continuaba teniendo una gran población campesina india, por lo que resultaba innecesario importar fuerza laboral.

La aparición de las clases trabajadoras incipientes llevó a la aparición de nuevas organizaciones, con importantes implicaciones para el futuro. Los trabajadores solían establecer sociedades de ayuda mutua y, en algunos países, emergieron los sindicatos. La naturaleza de la economía latinoamericana estableció el contexto del activismo obrero. En primer lugar, como las exportaciones eran cruciales, los trabajadores de la infraestructura que las hacían posibles —en especial los ferrocarriles y muelles— tenían una posición vital. Toda parada laboral suponía una amenaza inmediata para la viabilidad económica del país y, de ese modo, para su capacidad de importar, En segundo lugar, el estado relativamente primitivo de la industrialización significó que la mayoría de los trabajadores estuvieran empleados en firmas muy pequeñas, habitualmente de menos de 25 empleados. Sólo unas cuantas industrias, como las textiles, se adecuaban a la imagen moderna de enormes fábricas con técnicas de producción masivas. Los sindicatos en cuestión se solían organizar por oficios y no por industrias. La excepción eran los trabajadores de los ferrocarriles, las minas y los muelles, que no por coincidencia se hallaban entre los militantes más activos.

Otro cambió importante durante el periodo de 1900 a 1930 afectó al equilibrio entre los sectores rural y urbano de la sociedad. Se combinaron la importación del trabajo y la migración campesina para producir el crecimiento a gran escala de las ciudades. En 1900 Buenos Aires se había establecido como «el París de Suramérica» y era una ciudad grande y cosmopolita con unos 750.000 habitantes. 

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